En 1982, un escritor francés, Jean-Paul Ribes, viajó a México para escribir un artículo para la revista Actuel1 sobre el chamanismo y los psicotrópicos, tomando a los wixaritari (huicholes) como ejemplo de uno de los últimos pueblos chamánicos vivos. Por entonces, mi padre, Juan Negrín Fetter, figuraba como uno de los principales estudiantes de la cultura y el arte wixárika, por lo cual le llegaban solicitudes por parte de académicos, funcionarios y psiconautas con la esperanza de que él les pudiera facilitar un vínculo con las comunidades wixaritari. Mi padre apenas llevaba unos diez años trabajando con artistas wixaritari en Jalisco y Nayarit, pero en ese lapso de tiempo había logrado crear amistades íntimas con varias familias, asesoró brevemente al Instituto Nacional Indigenista y había unido su interés por el arte con la defensoría territorial de los wixaritari ante la deforestación y otras amenazas contra la autonomía de este pueblo originario.