Ha sido hasta fechas muy recientes que –sin los baldamientos propios de una visión paternalista y, por ende, minimizadora– las lenguas originarias, sus hablantes y sobre todo aquello que tienen por decir, comienzan a ser leídas y escuchadas como siempre ha debido ser: la expresión múltiple de cosmovisiones que no sólo cohabitan en el tiempo y el espacio del presente, sino que tienen sus raíces afincadas en el mundo indígena, es decir uno de los grandes y fundamentales pilares que dan real sustento a nuestra identidad como nación.