José Benítez Sánchez
José Benítez Sánchez 1938 - 2009
A partir de 1970, en nuestro afán de hallar los artesanos más destacados y para aprender lo que nos pudieran decir del significado simbólico y legendario de sus obras, nos dirigimos a varias partes de los estados de Jalisco y Nayarit, donde se concentra la población huichol. En 1971 conocimos a José Benítez Sánchez que había puesto un taller en Tepic, Nayarit, y cuyo talento para hacer cuadros de estambre de lana empezaba a perfilarse como original y singularmente expresivo de sus fuentes culturales.
Había nacido en 1938 en un rancho llamado San Pablito, en Nayarit, y le pusieron el nombre de ‘Caminante Silencioso’, Yucauye Cucame, en huichol. Su tradición religiosa y sus vínculos familiares le ligan a la comunidad de San Sebastián Teponohuastlán, Wautüa. Recuerda cómo lo criaron su abuelo materno, que murió a los 105 años y le impresionó mucho, y su padrastro Pascual Benítez. Ambos eran chamanes, mara’akate.
Siguiendo las disciplinas apropiadas con su padrastro y su abuelo, José trabajó en el campo desde los ocho años; al año siguiente, su padrastro decidió iniciarle y capacitarle para volverse un chamán. Logró cazar un venado en una trampa antes de morir y esto era un buen aliciente. Le pidieron que aspirara los últimos suspiros del venado sacrificado y así empezó su carrera chamánica a la edad de nueve. Entonces le dijeron que tenía que pasar por una etapa de duelo por el venado de seis años durante la cual no debería tocar a ninguna mujer, ni agregar sal a sus alimentos.
Durante los próximos cuatro años, José Benítez hizo peregrinaciones anuales a Nuestra Madre el Mar y a sitios sagrados de la Sierra Huichol. Cuando alcanzó los catorce, sin embargo, murió su padrastro y fue comprometido a casarse por otros parientes, según la tradición. Al poco tiempo, se escapó para buscar trabajo como un jornalero en los campos de la costa, saliendo al mundo mexicano sin hablar español. Dijo Benítez, “Cuando empecé a trabajar en la costa, cambié mis prendas de manta y mis kakaite, calzado huichol, por ropa mexicana, y pronto me sentí como un mestizo. Nunca olvidé mis costumbres, pero no era lo mismo porque había abandonado mis planes para ser un mara’akame (chamán).”
No tuvo problemas para adaptarse al idioma, ni a la cultura mexicana a esa edad. A principios de los años 1960’s se fue integrando a las oficinas del gobierno mexicano encargadas de las comunidades indígenas, empezando como barrendero y eventualmente viajando como intérprete a las comunidades más remotas. Mientras tanto, intentó hacer sus primeros cuadros de estambre en 1963: “No podía dibujar las figuras como eran, pero volví a pensar sobre las vidas de nuestros abuelos, nuestros padres y su costumbre.” Para 1968, fue reconocido como uno de los mejores intérpretes de artes huicholes, invitado a tocar muestras de su música y a bailarla con otros compañeros por ocasión de los Juegos Olímpicos. En 1971 seguía trabajando para el Centro Coordinador del Plan Huichol Cora y Tepehuano (Huicot) que el gobierno tenía en Tepic, encargado de escoger las artesanías auténticas de los pueblos indígenas de la región como intermediario entre el gobierno y los indígenas que querían vender sus artesanías a través de sus oficinas, mientras él desarrollaba su propio trabajo.
Para entonces José Benítez ya había ganado fama entre los artesanos de su medio por el drama de sus composiciones y por su conocimiento de la cultura. Muchos imitaban sus diseños, algunos a su manera con matices originales y personales. Los artesanos que nos pusieron en contacto con José Benítez me lo presentaron como un chamán distinguido, aunque él me hizo saber después de algún tiempo que todavía no había alcanzado ese nivel de conocimiento. Sin embargo, a principios de este nuevo milenio me asegura que ha alcanzado los conocimientos de un chamán, en base a sus muchas peregrinaciones y sacrificios votivos.
Desde entonces José Benítez había empezado a enseñar a docenas de huicholes sobre la hechura de cuadros de estambre de lana pegada con cera de campeche sobre tablas de madera. Sus aprendices eran huicholes suficientemente urbanizados, como para querer sobrevivir, sin depender de su tradición de subsistencia rural. Entre ellos, Juan Ríos Martínez desarrolló sus propias formas y un estilo particular que le permitió crear composiciones bellas y originales. Otros elaboraban un estilo superficialmente personal, mientras que no hacían más que repetir composiciones sencillas cuyos fondos habían ayudado a rellenar para las figuras que Benítez ya había diseñado. Obviamente, Benítez era la fuente anónima de grecas reproducidas por muchos artesanos inferiores. Su obra parecía mucho más interesante que la del relativamente famoso y esmerado Ramón Medina que fue asesinado en 1971.
Hacia 1972, mi esposa Yvonne y yo estábamos residiendo constantemente en México y trabajando con mucha gente nativa. De manera más significativa, en aquellos tiempos llevé a cabo mis primeros recorridos a los desfiladeros más entrañables de la Sierra Huichol, acompañado por José Benítez, a Teakata, donde está el templo de Nuestro Abuelo Fuego, y donde éste se había iniciado de joven. Las circunstancias habían interrumpido su camino chamánico y le impulsé a volver a tomarlo conmigo. Así llevamos a cabo muchas peregrinaciones a los sitios sagrados de la Sierra, al desierto del peyote en el Oriente, a Nuestra Madre el Mar en el Poniente, y a Nuestra Madre de las Aguas del Sur; siempre participamos José y yo bajo la dirección de dos chamanes, Yauxali y Matsuwa, Pablo y Francisco Taizán de la Cruz, que ejercían como chamanes en un anexo de la comunidad de San Sebastián Teponohuastlán (primero en Tuxpan de Bolaños y luego en La Mesa del Tirador).
A raíz de nuestra peregrinación en 1972, Benítez se dedicó a desarrollar exclusivamente su talento artístico y a renovar vínculos con su tradición religiosa. Su expresión estética se fue volviendo más compleja y logré elucidar un significado profundo de sus cuadros gracias a nuestras experiencias compartidas. Sus compromisos pendientes lo perseguirían en sueños agitados hasta que los elaborara de manera visual y eventualmente llegáramos al sitio sagrado donde tenían que ser llevadas nuevamente las ofrendas votivas. Ese tipo de experiencia lo llevaría a captar muchas otras visiones acerca de la realidad tradicional.
Juntos hicimos cinco viajes a Wirikuta en el oriente, caminando y ayunando en el desierto durante siete días en tres ocasiones. También caminamos varias veces a lugares sagrados de la Sierra: Tuamuxawitá, la cueva del Primer Cultivador; Nüariwametá, las cascadas y el nicho de Nuestra Madre la Mensajera de la Lluvia; Teakata, el centro ceremonial genérico encima del lugar donde nació Nuestro Abuelo (Fuego). Viajamos a la orilla de Nuestra Madre el Mar, frente al cerro blanco en el océano Pacífico llamado Tatéi Waxiewe, ‘Nuestra Madre Blanca como el Vapor que Suelta’[1], y a Xapawiyemetá, el lago en el Sur, donde la tierra se secó primero después del diluvio y donde Nuestra Bisabuela dejó un árbol, llamado el chalate.
Benítez tomaba ausencias prolongadas de la creación del arte dedicándose a las disciplinas de conocer el camino tradicional. Esto le llevó a integrarse de nuevo, por un tiempo, a la comunidad tradicional de Wautüa, San Sebastián Teponohuastlán en los años 1980, cultivando el campo y participando en los rituales correspondientes. Decía entonces: “Asi sufren los xutúrite (las ofrendas de flores y los huicholes[1]), sin comer, ni dormir, sin posesiones, ni saber qué les va a tocar, pobres e inocentes, pero ricos en su kupuri (alma) y en su tukari (vida espiritual).” En una composición escrita para el xaweri, que es la versión huichol del violín, adoptada hace muchas generaciones con cuatro cuerdas, José Benítez alaba a Nuestro Hermano Mayor Venadito del Sol, Tamatsi Kauyumari, diciendo: “La palabra de mi Hermano Mayor y sus figuras, sus diseños, sus pensamientos nunca se acaban en los dibujos de sus matsúwate (brazaletes y pulseras) y en su uxa (el tinte amarillo dibujado sobre sus cabeza y que proviene del oriente).”
Estaba consciente que muchos de los cuadros que había producido como mi socio eran un reflejo del mundo de sus antepasados, y decía, “Nuestra memoria va a quedar en estos cuadros.” Eran expresiones visuales de lo que Benítez estaba aprendiendo bajo la dirección espiritual de Nuestro Hermano Mayor y que yo debería entender a fondo grabando sus interpretaciones para poderlas explicar más adelante en detalle.
Chamanes importantes de la Sierra me han visitado y a veces han sido impactados por la lucidez de la obra de Benítez, comentando de manera particular sobre ella. Su arte fue evolucionado de cierta manera hasta 1985, cuando dejó de existir estambre de lana y poco después fue desapareciendo la ‘cera de campeche’, con la que se mantiene a largo plazo. Sus figuras siempre han sido nítidas y audaces; además las yuxtapone de una manera dinámica y dramática, aprovechando un profundo sentido del color y del contraste (véase Los Cuatro Aspectos del Espíritu, un cuadro de 60 x 60 cm., y su explicación). Su obra inició con representaciones relativamente ingenuas, pero a los pocos años se volvieron más complejas, con vínculos dibujados entre figuras resaltantes.
En 1973 creó cuadros de 1,22 m. x 80 cm., como El Desmembramiento de Nuestra Bisabuela Nakawé y El Desmembramiento de Watákame, que manifiestan paralelos sorprendentes con el mejor arte surrealista y contemporáneo refinado. Desarrolló primero un estilo sobrio, con líneas clásicas para evolucionar hacia uno más barroco, cuando sus temas se volvieron más complejos y posteriormente, cuando la fibra acrílica exigió un trazo más delgado. Sus cuadros del 1979, como El Nierika de Nuestro Bisabuelo Cola de Venado, muestran que su iconografía consta de grecas y patrones que había absorbido en peregrinaciones y regresando a sus raíces.
Para 1980, su obra se volvió muy sofisticada, y el significado fue difícil de extrapolar de su trabajo más importante. Un buen ejemplo de esto es su cuadro de 1,22 m. x 2,44 m., de 1981, llamado Tatutsí Xuweri Timaiwe’eme Nierikaya, que significa según el artista, La Visión Trascendental de Nuestro Bisabuelo Nacido Por Su Propia Cuenta Sabiéndolo Todo. Dicho cuadro fue expuesto en varios museos importantes de Norteamérica y Europa, hasta que fue donado en 1999 al Museo Nacional de Antropología e Historia, de la Ciudad de México, para su exposición permanente por George H. Howell, quien me lo había adquirido eventualmente. En la sala de exhibición al lado del cuadro, se instaló un quiosco con un CD-ROM en español, a través del cual se puede sacar una impresión de la cultura huichol al investigar el significado de los símbolos. La descripción se basa en una interpretación de la obra según el artista me la registró en una cinta y también en la perspectiva antropológica del conservador de la Sección Occidental del Museo, entonces el Dr. Johannes Neurath.
Una característica de la obra de Benítez es que sus figuras son suficientemente abstractas para reconocerse como símbolos de una iconografía que se ilustra con variaciones causadas por la presencia de otras figuras cuya yuxtaposición modifican su estructura de acuerdo con formas interactivas y contrastadas. Su sentido del ritmo y del equilibrio refleja su habilidad para bailar y presentar la música de su pueblo. Cuando era una materia prima disponible usaba el estambre de lana más grueso y más delgado para lograr ricas texturas y disponer de una gran gama de colores. Aprovechando el estambre acrílico delgado, algunos de sus nuevos cuadros son creativos y otros más decorativos.
Hace muchos años el artista dejó la comunidad de Wautüa, a la que se quiso integrar por un pequeño trecho, porque dicha comunidad y él no lograron un buen acuerdo, cosa difícil para uno ya acostumbrado a vivir entre pueblos mestizos. Regresó a Tepic donde luchó con algunos otros huicholes eminentes para que el gobierno del estado de Nayarit concediera derechos de asentamiento a muchos indígenas en una zona de la periferia de esta ciudad. Antes de fines del siglo veinte, se les dieron derechos a varios indígenas a vivir en una parte de la ciudad ahora llamada Zitakua, que era una zona roja con un gran cerro de un lado. Ahora en lo alto del cerro se encuentra una especie de réplica de un templo de un centro ceremonial, tuki, tiene su ‘gobernador huichol’ y significa un refugio para muchas indígenas de diversas partes de la Sierra Madre Occidental, que elaboran y venden sus artesanías ahí para los turistas.
José Benítez ya no es un artesano anónimo a estas alturas, aunque el público en general no haya reconocido su obra como la de un genuino artista después de la presentación de su obra en varios museos de arte, como el Museo de San Jose, California, en 1976, y varias más con la obra de unos cuatro grandes maestros del arte huichol, que se exhibió en el Troppen Museum de Ámsterdam y en otras cuatro ciudades europeas, en 1984-5, hasta culminar en el Museo de Arte Moderno del D.F., México, en 1986, o el del Convento de Pollença, Mallorca, en 1991. En 2001, el gobierno de Jalisco le encargó que hiciera el cuadro de estambre más grande hasta la fecha para colocarlo detrás de una cubierta de vidrio en una estación del tren ligero de Guadalajara. En el 2003, recibió un premio nacional de Ciencias y Artes, el Museo Zacatecano exhibe uno de sus cuadros recientes de 1,22 m x 1,22 m., y el detalle de una de sus obras ilustra la portada de la revista “Artes de Mexico” #75 de 2005, sobre el Arte Huichol.
El artista siempre fue un gran amante de la vida, pero nunca se pudo abstener realmente del alcohol que terminó por consumirlo, y no se repuso después de una operación en Tepic, cuyas secuelas lo dejaron muerto en la mañana del 1 de julio 2009.
Texto de Juan Negrín
[1] Según una interpretación de esa palabra hecha por el maestro y artista Tutukila.
[2] Los xutúrite son flores de papel o naturales que adornan una ofrenda, también es el apodo de los huicholes en el lenguaje de Nuestros Antepasados.
Texto y fotografías ©Juan Negrín Fetter 2009 - 2017, Derechos Reservados.