Wirikuta: "Si se destruye esto nos destruimos nosotros"

Wirikuta, Fotografía de Nora Lorenzana

"Por lo general nunca presto atención a Guadalajara, especialmente a la Guadalajara del centro histórico. No es por despistado, sino que no espero encontrarme algo más allá de las construcciones coloniales con hedor a alcantarilla y de los sumisos equinos para turistas, en contra de su voluntad. Esta vez miraba los nombres de las calles con el único propósito de llegar al punto de reunión para platicar con Sofía García, «Aukwe» en idioma wixárika. Su conversación me haría conocer más acerca de su cultura, además de que es una persona clave para entender el conflicto por la defensa de Wirikuta, un sitio sagrado para la cultura wixárika, localizado en San Luis Potosí, hoy en riesgo por las concesiones mineras de la empresa canadiense First Majestic, entre otras.Para finales de noviembre, cuando realizamos la entrevista, Aukwe todavía se desempeñaba como coordinadora de comunicación del Consejo Regional Wixárika por la Defensa de Wirikuta.

Wirikuta se encuentra en el municipio de Real de Catorce. Se dice que es un jardín botánico en donde yacen las piedras de los dioses; un desierto penetrado por los rayos del sol, que el águila real eligió como habitáculo. Sólo los que tienen la fortuna de pisar su tierra de espinas podrán corroborar su clima único en relación con otras partes del país. La maravilla de la Creación se expresa en las vastas montañas en donde crece la biznaga tan nativa, tan verde y amarilla.

Es en ese lugar en donde los marakames (sabios wixárikas) llevan en peregrinación, cada año, sus velas y agua para adorar a su deidad, el gran Venado Azul; porque él habita en todo lo natural, en su suelo, en su aire, en cada vuelo de las garzas morenas. Pero este reflejo natural, visto desde los ojos de sus comunidades, no es el mismo que el de la empresa canadiense First Majestic, que sólo ve en Wirikuta un terreno desértico en desuso, solitario y vacío. Un lugar que sirve únicamente para extraer recursos minerales y capitalizar lo sagrado para rodearlo de maquinaria pesada.

Llegué media hora antes de lo acordado. Elegí la mesa de la ventana, la cual dejaba ver hacia afuera y me ofrecía una avenida Juárez en plena acción. Por dentro, unas señoras de edad avanzada se encontraban merendando entre ademanes y conversaciones que confirmaban su linaje; faldas planchadas, collares brillantes y manos gráciles que demostraban la alcurnia al levantar las tazas. Por fuera, un vagabundo muy joven —de 20 años probablemente— pasaba mirando al piso, con el rostro de orfandad, sin trabajo, sin hogar; «un joven construyendo su futuro», como rezan los mensajes publicitarios sobre los apoyos del gobierno federal.

Hojeé páginas del libro que traía y, cuando mi mirada se encontraba en las primeras líneas, distinguí a Aukwe, quien entraba al café con sus dos pequeñitos sujetados de las manos. Se sentó frente a mí y comenzamos la conversación.

Aukwe portaba la vestimenta wixárika, de un azul vigoroso que se quebraba ante los enérgicos adornos amarillos, rojos y anaranjados de las costuras. La defensora cargaba a su comunidad hasta en los aretes y en las flores y mariposas geométricas confeccionadas en la cuellera que colgaba bajo su cabeza."

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